jueves, 22 de diciembre de 2011

Resulta que al mirarme en el espejo note que ya no tenia cara. Tenia la piel completamente arrancada, la carne al rojo vivo, los ojos claros sin párpados y sin pestañas, redondos y enormes. No nariz. No cachetes. No flequillo.  Carne fuerte pero poquita, se podía vislumbrar la calavera blancuzca si me miraba con la luz adecuada. Mi cara me ardía, largaba humo. Recién arrancada ¿¡Quién me la robo!? Después fui a la cocina, puse a hervir el agua, prepare el té y lo serví en dos tacitas de porcelana, cada una sobre un platito pequeño para no ensuciar el mantel calado a mano por la abuela ¿Dos terrones? Ante todo, no hay que perder la compostura y mucho menos la elegancia.

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